Saltar al contenido

El bisturí y yo

septiembre 3, 2007

En la obra de Shinya Tsukamoto, “Tetsuo”, dos amantes tranformados parcialmente en metal alternan la mutilación con la cópula. La transformación de sus cuerpos no altera ni un ápice el sadismo originario que caracteriza a ambas identidades. Un filósofo afirmó haber visto alejarse un barco en el horizonte. La nave precisó de infinitas reparaciones durante su agitado periplo, de tal manera que, a su regreso, el griego se preguntaba si el barco que ahora arribaba era realmente el mismo que había partido. También la materia del cuerpo se encuentra sometida a un reciclaje continuo, inmersa en un obligado dinamismo que sirve a la vida combatiendo a una muerte termodinámica ineluctable. También los átomos de un cuerpo humano entran y abandonan la nave en infinitas sustituciones a lo largo del viaje que es la vida. Cada uno de nosotros protagonizamos un proceso de constante mutación y así será mientras no llegue el momento de atravesar el claro al final del camino. Con todo, nos reconocemos. Aparentemente, el yo mantiene su coherencia a través de la memoria y a pesar de la vorágine material, porque con la mutilación no se extirpa el recuerdo de las experiencias pasadas, como el haber perdido los ojos, el bazo o un riñón. Aparentemente, el yo descansa en el cerebro como un tímido homúnculo escondido en pliegues oscuros. El cerebro constituye el sustrato material del que brotará, pero ¿dónde hunde sus raíces el engendro? Incluso si el bisturí se aplicase a ese, todavía enigmático, órgano grisáceo de superficie irregular, la identidad personal quedaría salvaguardada en muchos casos. Por ejemplo, es sabido que la extirpación del hemisferio no dominante, generalmente el derecho, causará hemiplejia y hemianopia (ceguera del lado izquierdo), pero el individuo será consciente de su propio yo. A decir verdad, la memoria es intermitente, pues el yo se recupera (¿se inventa?) con cada despertar. Una explicación puramente materialista de la conciencia sostiene que la singularidad personal radica en la singularidad cerebral y, si bien es cierto que no hay dos cerebros idénticos, la explicación no convence debido a una simple razón estadística. Por otro lado, es evidente que hay un sujeto que vive experiencias, pero la sensación de un yo único se tiene desde la más tierna infancia, por lo que el conjunto de experiencias pasadas, integradas mediante la memoria, no parece ser la explicación fundamental al yo. Muchos lo tienen claro a pesar de los problemas: los materialistas se empecinan en reducir la vivencia de la singularidad a una disposición de la materia permanentemente variable, dicen que lo que no son experiencias está codificado en nuestros genes; los budistas resuelven el misterio alegando el carácter ilusorio del yo; los cristianos le atribuyen un origen divino, una pequeña llama de la misma luz que otorga el sentido. ¿Es que nadie se da cuenta de que el confuso soy yo?

From → 13. Lo último

Deja un comentario

Deja un comentario